En Abril del 2014 , a los pocos días de fallecer mi padre me encontré un pequeño bulto en el pecho. Fue todo muy rápido, eco, biopsia… El diagnóstico fue maligno sin ganglios infectados, así que no me hicieron ninguna prueba más antes de pasar por quirófano. Me extirparon los dos pechos y la totalidad de los ganglios del pecho afectado. Una vez extirpado todo, los resultados de patología ya no fueron tan alagüeños, al sacar todo el pecho encontraron otro tumor más que no se veía en las pruebas de imagen y además tres ganglios de trece infectados. Después de un posoperatorio algo complicado, me hicieron pruebas de extensión y aparecieron múyltiples metástasis óseas en todo el tronco, y especialmente dañadas algunas vértebras. Me trataron con ocho ciclos de quimioterapia cada 21 días (docetaxel, pertuzumab, herceptin y denusumab). Solo me radiaron en columna para bloquear la destrucción de hueso, ya que al extirpar el pecho y los ganglios ya no procede radiar la zona del tumor.
Tuve buen ánimo durante el tratamiento aunque la toxicidad se iba acumulando y minando a nivel cognitivo y emocional. Los últimos goteros se me hicieron más duros y solo soñaba con terminar. El caso es que cuando finalmente terminamos con la quimio «dura» para que nos entendamos, y me volvieron a citar con la misma cartilla para el siguiente ciclo, entonces me di cuenta de que nada había acabado… que iba a seguir siempre en tratamiento. Me lo habían dicho , metástasis, estadio IV, crónico… pero ahora lo entendía de verdad, mi cáncer era incurable!. Por unos meses me vine abajo, me hundí en el hoyo, me sentía muy muy triste y solo podía pensar en la muerte.
Tuve el apoyo de mi marido increíble, mi familia, mis amigos… muchos! (aunque confieso que no me sentía comprendida por nadie) y sobre todo me apoyé en Dios. Le rogaba, le pedía el milagro. En seguida me día cuenta, que las personas que me rodeaban, por mucho que me quisieran, solo querían oír de mi que estaba bien. La verdad, es que nadie quiere un amargado a su lado y enseguida comprendí que aunque fuera por ellos (por mis hijos sobre todo) tenía que poner buena cara. Empujada por esto, por los rezos de tanta gente y por las ganas de volver a mi vida anterior, paso a paso fue recobrando la alegría, la fuerza y la paz.
Después de un proceso, insisto proceso (que hay que pasar y llorar y enfadarse y rogar), llegó la aceptación. Reconozco que me ha ido resultando más fácil en la medida en que recobraba la capacidad de llevar una vida normal, de reconocer mi imagen en el espejo y de retomar cosas normales de mi vida anterior al cáncer, y que ahora las vivo con tal intensidad, que agradezco cada momento bueno, y soy capaz de pararme a disfrutarlo como tanta gente explica cuando pasa por algo parecido.
He mandado esta foto con dos imágenes, porque creo que refleja muy bien lo que es nuestra vida cuando el tratamiento funciona «cronificando» la enfermedad (eufemismo que agradezco nos transmitan los oncólogos). Vivimos una especie de doble vida: la de depender del hospital (pruebas y más pruebas, análisis, inyecciones, consulta cada 21 días) que te obligan a tener muy presente lo que tienes; y la otra que es la «normal» (compra, comida, trabajo, madre, esposa, hija, hermana, amiga, yoga, paseos, salidas con amigos, cine, misa…). Soy muy consciente de la imagen que transmito, y es que parece que la enfermedad no va conmigo y conste que tampoco me empeño en ocultarlo, de hecho si me preguntan lo digo: «no me he curado». y es que para mí, este es el milagro. Las pruebas y en oncólogo se encargan de recordarme que tengo cáncer, pero el milagro que Dios ha hecho es haber descubierto otra persona en mi que vive con cáncer más feliz que antes si cabe (conste que era una disfrutona y el coste me sigue pareciendo elevado).
Una de la cosas que yo diría que más cuesta de sobrellevar es la relación con los que te rodean, incluso los que más te quieren y sientes como no empatizan o no te comprenden. Antes sufría cuando no encontraba la respuesta que esperaba, ahora ya no, me siento muy libre. Hice caso a un consejo de mi sacerdote. Me dijo: «Marte, no busques la comprensión en todo el mundo, si tienes a alguien que te entienda ya está bien» y me ha dado una gran paz y libertad. Cuando me preguntan que tal estoy, siempre digo lo mismo : Muy bien! . Me ha dado mucha fuerza contestar esto. El que me quiere de verdad, sabe que llevo mi sufrimiento y ya está, no hacen falta palabras. Cuando necesito desahogarme escojo aquellas personas que se que me van a dar consuelo y ya está.
Me he dado cuenta que la mayoría de la gente tiene buena intención, pero no todos somos iguales, ni estamos en el mismo momento de la vida, ni compartimos la misma manera de ver las cosas. Sé que me desean lo mejor y ya está, no les pido más. Tengo paz y soy feliz, mucho más que antes. No tengo miedo a la muerte, me da mas pena por mis hijos y por todo aquel que vaya a echarme de menos (que realmente tampoco se quien será exactamente). Lo que si me da pavor, son los tratamientos, el ser una carga, el no saber llevarlo bien y amargar a los de alrededor. Estos miedos, que están ahí son los que se me aparecen en el subconsciente cuando me voy a quedar dormida y me inunda una angustia que no puedo describir. También he desplazado mis ansiedades hacia fobias que antes no tenía. Me agobio mucho es espacios cerrados y ruidosos.
Para mantener con la paz que he conseguido me cuido espiritual, física y emocionalmente. Me protejo de las personas que me han «herido» y no les doy la oportunidad de que sigan haciéndolo aunque no tengo ningún rencor hacia nadie. No me gusta estar con gente «charlatana» y «criticona» , pero tampoco intento cambiarles. He despertado una gran empatía hacia la gente que sufre, así que intento ayudar todo lo que puedo a esas personas con las que me voy encontrando en el camino. Me rodeo de gente buena, tengo muchos amigos y no les pido nada, solo su agradable compañía.
Vivo a tope, me he quitado culpabilidades y auto-obligaciones absurdas, soy más amable conmigo misma y no me siento en la obligación de demostrar nada a nadie. Soy más libre que nunca, pienso menos y soy como más niña por dentro. He recuperado algo más de espontaneidad de la infancia, tengo mas facilidad para expresas mis sentimientos…
Le sigo pidiendo a Dios el milagro, pero el milagro que ahora le pido es que me siga haciendo efecto la medicación para tener el cáncer controlado. No le pido mi curación, no sea que con eso se lleve la felicidad que he descubierto en vivir el presente. Si que le pido que me quite esa angustia de fondo o al menos que me ayude a sobrellevarla.